sábado, 22 de octubre de 2011
El hombre piedra
EL HERALDO DE CHIHUAHUA
Chihuahua, Chihuahua.- Como guardianes de la ciudad de Chihuahua, los cerros Coronel, Santa Rosa y Grande brindan su protección, pero es en el Cerro Grande donde en una piedra con forma de fraile se esconde una de las leyendas más antiguas: el Hombre Piedra.
Esta piedra, la cual se ubica en la parte superior del cerro, que la naturaleza talló como el mejor escultor de otros tiempos, o tal vez el marro y cincel de una artista anónimo quien le haya dado esta configuración, tiene su leyenda.
Cuentan los moradores que este fraile lo ha cincelado Dios, dejándolo en la parte más alta del cerro para que sirviera de recuerdo de una historia real que sucedió hace dos siglos, cuando Chihuahua empezaba como población a la vera de los ríos Sacramento y Chuvíscar.
Hace ya muchos ayeres la gente solía salir a las orillas de la ciudad para gozar de las caricias de la naturaleza y en varias ocasiones subía por las faldas del Cerro Grande, desde donde se percibía un fraile petrificado en la cima.
Piedras similares se ubican en las cercanías del Lago Arareco, en Creel, cuyas formas aparentan ranas, elefantes o platos voladores, por lo cual los habitantes de las cercanías al Cerro Grande cuentan sus propias historias sobre esta peculiar piedra.
LO QUE LOS TESTIGOS DICEN:
"Hace dos siglos, cuando la ciudad iba creciendo y ya tenía 87 años, una familia de abolengo, auténtico y linaje real, descendientes de la corte virreinal, eran los propietarios de los terrenos que abarcan los cerros de Chihuahua; que eran de nobles sentimientos y que uno de sus miembros se metió al oficio religioso para ser fraile, después de llevar una vida disoluta y muy contraria del bien", cita Miguel Ángel Parra en el libro Leyendas Bárbaras del Norte.
En este lugar una mansión se ubicaba a la orilla del caserío, que ocupaba lo que son tres manzanas actuales, adonde acudían los pobres y desamparados a pedir apoyo, sobre todo en los tiempos difíciles que eran los crudos meses de invierno.
Cuentan que la jefa de la familia, una duquesa, otorgaba consuelo con ropa, cobijas y a veces dinero, para resolver situaciones de economía restringida.
Los campos de los duques, no eran como hoy, ahí pastaban cabras y vacas por miles, que daban un producto anual enorme de riqueza, así el ama y señora podía en cada temporada de frío apoyar a la clase desprotegida.
La duquesa tenía un hijo, a quien le daban educación profesores especiales dentro de la propia mansión, estaba en la edad difícil de la adolescencia y sus educadores, frailes franciscanos, obtenían resultados adversos, ya que se mostraba como un verdadero patán, soez en sus respuestas, y satírico en el hablar.
Odiaba que su madre fuera tan caritativa u al morir, el joven se volvió un tanto satánico, si encontraba pastores en sus terrenos, los hacía prisioneros y los colgaba de las columnas de la bodega mayor de la mansión, odiaba a todo ser humano y sólo soportaba a los trabajadores porque lo beneficiaban y les servían en todo lo que pedía.
Un fin de semana en que la fiesta se prolongó con vinos y mujeres, despertó en la madrugada con una sed que le quemaba, caminó tambaleando hacia la cocina en busca del agua que apagara la acidez de su resaca, cuando creyó ver la figura de una mujer desconocida, y en efecto así era, inmediatamente apretó el paso del joven duque, no la podía alcanzar por sus pasos vacilantes, cuando dicen que esta figura femenina se detuvo y se transformó en un ser diabólico.
Dicen los que conocen la historia, que fue entonces cuando esta figura demoniaca se inclinó para tomar el alma del joven duque, pero en ese momento llegó la madre con un grupo de serafines y le obligó a retirarse.
El joven duque se movió muy lento, aturdido, caminando hacia afuera de la mansión, rumbo al monasterio, donde llorando y pidiendo perdón, le otorgaron apoyo y asilo.
En este monasterio vivió el resto de sus años, hasta morir, aunque cuentan los habitantes que al llegar al cielo no le perdonaron sus pecados, convirtiéndolo en piedra en lo alto del Cerro Grande, para que contemplara en la eternidad el lugar donde cometió tantos y tantos atropellos.
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