Chihuaha— Con el peso de sus 80 años sobre sus pies deformes y agrietados, don Jimeno Cruz Castillo caminó por más de cinco horas desde su casa hasta la estación ferroviaria de Pitorreal, donde le entregarían una despensa.
Vive en la comunidad de San Luis Jimache, que queda “para allá”, dice señalando hacia el sur. Allí no hay carretera, los pocos vehículos que llegan lo hacen a través de una brecha. La mayoría de los habitantes deben caminar para llegar a Pitorreal o a Creel, donde compran frijol o maseca para subsistir.
Don Jimeno hizo lo mismo, a pesar de sus años y de sus pies que se han ido deformando al paso del tiempo.
Descalzo, caminó por lapsos hasta completar el trayecto que lo separaba de la estación del tren. Sus pies callosos dan cuenta de ello.
Salió de su casa a las 5 de la mañana para poder estar a tiempo en la entrega de despensas que hizo la Cruz Roja. Cuando llegó, alrededor de las 11, ya había una fila de personas de más de medio kilómetro.
“No hubiera venido”, dice pero ya no hay nada qué comer allá en el rancho. Este año, las siembras de maíz y frijol se perdieron en su totalidad y la reserva de alimento es escasa; los pocos granos de maíz que quedaban, los van moliendo para convertirlos en pinole y así dura un poco más.
Con su escaso español, Don Jimeno dice que a veces se enferma del pecho, porque el frío es mucho y las cobijas pocas.
La camisa que lleva luce desgastada, igual que el pantalón o el sarape improvisado de cobija vieja, igual que su rostro o sus manos que apenas sostienen el bastón de madera.
Don Jimeno obtuvo su despensa pero no tenía claro cómo la llevaría hasta su casa; no traía un burro o una mula para cargar el costal de 35 kilos de comida, sólo su espalda endeble y enferma.
Vive en la comunidad de San Luis Jimache, que queda “para allá”, dice señalando hacia el sur. Allí no hay carretera, los pocos vehículos que llegan lo hacen a través de una brecha. La mayoría de los habitantes deben caminar para llegar a Pitorreal o a Creel, donde compran frijol o maseca para subsistir.
Don Jimeno hizo lo mismo, a pesar de sus años y de sus pies que se han ido deformando al paso del tiempo.
Descalzo, caminó por lapsos hasta completar el trayecto que lo separaba de la estación del tren. Sus pies callosos dan cuenta de ello.
Salió de su casa a las 5 de la mañana para poder estar a tiempo en la entrega de despensas que hizo la Cruz Roja. Cuando llegó, alrededor de las 11, ya había una fila de personas de más de medio kilómetro.
“No hubiera venido”, dice pero ya no hay nada qué comer allá en el rancho. Este año, las siembras de maíz y frijol se perdieron en su totalidad y la reserva de alimento es escasa; los pocos granos de maíz que quedaban, los van moliendo para convertirlos en pinole y así dura un poco más.
Con su escaso español, Don Jimeno dice que a veces se enferma del pecho, porque el frío es mucho y las cobijas pocas.
La camisa que lleva luce desgastada, igual que el pantalón o el sarape improvisado de cobija vieja, igual que su rostro o sus manos que apenas sostienen el bastón de madera.
Don Jimeno obtuvo su despensa pero no tenía claro cómo la llevaría hasta su casa; no traía un burro o una mula para cargar el costal de 35 kilos de comida, sólo su espalda endeble y enferma.
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