Cuando las puertas del panteón se cierran y los difuntos pueden volver a 'descansar' otro día, a lo largo de la calle 16 la fiesta sigue, la feria con sus juegos, 'jueguitos', comida y productos diversos. La gente aprovecha entonces para pasear y visitar todos los puestos.
Adultos, niños, familias completas y hasta los agentes policíacos se ven recorriendo con gran interés los diferentes sitios, buscando algo con que saciar el hambre, con que entretenerse o incluso, alguna oferta en ropa, zapatos, trastos y por supuesto, cobijas.
Los comerciantes aprovechan también para reponerse un poco de la dura crisis, a veces convenciendo con tener lo mejor y más barato, a veces simplemente, ofreciendo lo que otros no tienen.
Para visitar la Feria del Hueso hay que ir bien preparado; los precios si bien no son exorbitantes, sí pueden dejar en la quiebra momentánea, sobre todo si se tienen más de dos niños, porque todo quieren que se les compre, todo piden, todo se les antoja.
Y si hay “jueguitos” como ellos les llaman a los juegos mecánicos, la situación se complica aún más, porque a todos quieren subirse, probar, emocionarse, no saber de presupuestos ni negaciones.
Las señoras aprovechan para adquirir algún objeto que les falte en casa, o simplemente que les guste: una feria no se desaprovecha, sobre todo cuando ésta ocurre cada año.
Los señores acompañan a sus esposas en ese viaje a las gangas y los aromas, en esa mezcla colorida en que se convierte la calle, sobre todo ya de noche, cuando curiosear resulta más atractivo, ya sin sol ni pendientes por hacer. Cuando los difuntos descansan, los vivos disfrutan y se benefician de la Feria del Hueso.
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