EL HERALDO
Inápuchi, ejido de Aboreachi, Guachochi, Chih.- Con una existencia de 300 años, esta comunidad tarahumara, compuesta por 25 casas dispersas y 125 habitantes, aproximadamente, no tiene ningún servicio público. Faltan escuelas, clínicas, luz eléctrica, agua potable e iglesia. Los alimentos y medicinas son escasos, lo que provoca mortandad infantil desde hace muchos años en esta localidad que no está contemplada en los planes ni programas de las instituciones públicas de los tres niveles de gobierno.En suma: los habitantes de esta comunidad rarámuri no conocen a maestros, ni a doctores, ni sacerdotes, como se observó durante la entrega del camino de 15 kilómetros, abierto por la Presidencia Municipal entre bosques, ríos y lomos de barrancas, que permitirá la comunicación de esta comunidad con Aboreachi y Guachochi, para el traslado de enfermos y "ya no se mueran a medio camino, porque antes se trasladaban en la espalda o a burro. Se morían por falta de carretera y medicinas", apuntó Javier Armendáriz Carrillo, presidente del comisariado ejidal de Aboreachi forestal, un ejido con 520 ejidatarios. Esta aldea cien por ciento indígena rarámuri, que aún guarda sus tradiciones ancestrales y su sencillez original "no contaminada" por la cultura chabochi/mestiza, fue "descubierta" como algo insólito meses atrás por las autoridades gubernamentales. Como en su época, el antropólogo noruego, Carl Lumholtz, hace 120 años, descubrió en sus exploraciones por la Sierra Madre de Chihuahua, comunidades dispersas de indígenas tarahumaras, tepehuanos y pimas en 1890, de acuerdo a su libro El México Desconocido, tomo I. (Tercera edición, 2006. CDI, México, DF).La comunidad de Inápuchi -lugar de meseta o plano- está sobre una extensa meseta y colinda con profundas barrancas a su alrededor. En una de ellas, las aguas permanentes serpentean por el río Tónachi, naciente en la Ciénaga de San Miguel, Guachochi, y en su larga travesía por la Sierra Tarahumara se convierte en río Batopilas, que desemboca en el río Fuerte de Sinaloa hasta el Mar de Cortez. "No se necesita ir a África o a Oaxaca para ver la extrema pobreza. Aquí hay hambruna y mortandad de niños", precisó el comisariado ejidal en la inauguración del camino de terracería de 15 kilómetros que abrió la Presidencia Municipal apenas en junio de 2010, en el entronque al balneario de Agua Caliente. En el evento y ritual se entregaron láminas, madera, tela y despensas por parte de la Coordinación Estatal de la Tarahumara, la Presidencia Municipal y el ejido. Sólo faltó la CDI y la radio indigenista, a las cuales fueron invitados con anticipación por el alcalde Martín Solís Reyes. En la ceremonia de los indígenas que guardan la originalidad de su cultura y tradicionales ancestrales, como las relatadas por Carl Lumholtz en el libro citado (página 330), se observó a niñas-tewes y niños-towis con moscas en sus pequeñas caras, chupando dulces con sus manitas sucias. La mayoría de las niñas-tewes y niños-towis que se atisbaron con sus cabellos despeinados o a rapa, todos descalzos, expresan su inocencia en sus rostros y ojos de esperanza que ocultan la tragedia de su frágil existencia marginal. Sólo sus padres y madres tienen huaraches y zapatos de hule con sus respectivos trajes tradicionales hechos de manta multicolor.Aún cuando no se sabe con exactitud el año de fundación del pueblo de Inápuchi, Miguel García Chávez, indígena alfabetizador "que terminó la secundaria", y conocedor de la cultura de su raza de esta región, se aventuró a señalar que "tiene como más de 300 años. Todavía hay gente -gentiles como antes- sin nombre que viven en cuevas, y son considerados 'cerreros', que no están civilizados porque se esconden de la gente chabochi. Ellos viven en las barrancas, cerca de aquí, en estado salvaje y se comen el pescado crudo que atrapan en el río"; son como "tarahumaras paganos", según la descripción hace 120 años del antropólogo Lumholtz.
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