miércoles, 18 de marzo de 2009

Un chihuahuense en la Antártida


El Heraldo
Chihuahua, Chihuahua.- Previo a esta expedición a la Antártida la única historia que había escuchado acerca del Cabo de Hornos fue en una travesía de Manaus a Iquitos, por el río Amazonas. Ahí, en una de las hamacas colgadas de las vigas del barco, viajaba un mallorquín que soñaba con recorrer el mundo en un pequeño velero.

Antiguamente, refirió embriagado de entusiasmo, los verdaderos lobos de mar se perforaban la oreja y colgaban una arracada de oro por cada uno de los tres grandes cabos que cruzaban: Leeuwin, Hornos, y Agulhas o de Buena Esperanza.

El que llevaba las tres arracadas era un superviviente, digno de admiración y un enorme respeto: un capitán. El cabo de Hornos marca el límite norte del Pasaje de Drake.

Hay que cruzar este pasaje para llegar a la Antártida. Las aguas de este pasaje son de las más tormentosas del mundo. Basta con observar en Youtube (http://www.youtube.com) algún video escribiendo "Drake passage" en el recuadro de búsqueda.

Porque es allí donde comienza la aventura. El Akademik Sergey Vavilov, navío de exploración científica de bandera rusa, había anclado en el puerto de Ushuaia, Tierra de Fuego, el pasado 7 de febrero a las 8 de la mañana. Esa misma tarde, a las 4 pm, atravesaríamos el Canal de Beagle para adentrarnos en el Pasaje de Drake.

Donde hacen falta dos días para divisar los primeros icebergs azules flotando como náufragos a la deriva. Ramas de hielo enormes de un árbol colosal en otoño que es el último reducto en estado prístino en el mundo. Según el capitán tuvimos un atípico cruce del Pasaje Drake. El mar con más calma que de costumbre.

Aún así gran parte de los pasajeros sufría nauseas y mareos, y otros tantos ya no podían probar bocado para evitar regresarlo. La hora para el desayuno, comida y cena, estaban anotadas en hojas de itinerario en la escalera en cada cubierta.

Y a cada cita eran cada vez menos los que acudían al comedor. Al final del segundo día había mesas enteras vacías.Por otro lado, como equilibrio positivo y para distraernos un poco del incesante movimiento del barco durante el transcurso de estos dos días por el Pasaje, por el que se pueden observar aves de paso como Albatros y Petreles, así como gaviotas que seguían la estela del navío, se nos introdujo a las fauna de la Antártida: pingüinos, focas, elefantes marinos, ballenas y aves; a la geografía y geología; y a la situación actual debido a la elevada pérdida de ozono en esta zona.

Esa noche, antes de dormir, después de haber sido notificados por el sistema de alta voces que divisaríamos "tierra" por la mañana, más la palabra correcta es "hielo", cerré la escotilla y programé mi alarma para despertarme a las 5 am. A esa hora, con una débil luz gris tras una densa niebla a ras del mar, entramos en el Canal de Lemaire.

Poco más adelante y al ascender el sol, el velo se fue despejando. Mi primera impresión de la Antártida, después de los náufragos icebergs y el gran cambio de color y densidad del agua de mar al entrar en la zona de convergencia, fue el de estar viendo las cimas cubiertas de hielo de la cordillera de los Andes bajo las aguas de un gran diluvio.

Sólo eso divisaba desde la cubierta superior del Akademik. Imponentes cimas de colosales montañas cubiertas de hielo, y éstas, como los icebergs, con un séptimo de su tamaño bajo el agua. Paredes de piedra y hielo con milenarios glaciares como bufanda. Proseguimos hasta las Islas Yalour y Petermann, donde anclaron el navío para realizar nuestras primeras excursiones en botes de motor Zodiac. Alrededor de las islas Yalour vimos una media docena de focas leopardo, dos de las cuales nos siguieron durante todo el trayecto, y una de las cuales mordió un par de veces y causó que dos de las cámaras de aire del Zodiac se desinflaran. Los pasajeros de ese bote hubieron de ser rescatados por otros dos Zodiac por precaución.

En las Petermann cientos de pingüinos gentoo, gran parte de ellos crías, mas en febrero ya no tan pequeñas; albatros y cormoranes repartidos entre los grupos de pingüinos. Esa noche la tripulación nos ofreció la posibilidad opcional de hacer camping en las islas Argentinas. Por la noche no hacía tanto frío, y el anochecer fue espectacular. Un río de rojos y anaranjados como lava bañando los edificios de hielo.

Después el cielo era todo violáceo, fucsia y con tonos azules rosados. Algunos hicimos campamento en tiendas de campaña, y otros utilizamos los sacos BB, que son gruesos sacos de dormir que se cierran como un capullo, y que se colocan dentro de un delgado forro impermeable: es como un saco de dormir grueso dentro de otro muy delgado como rompevientos. En varias ocasiones en el transcurso de la noche asomé la cabeza.

El sol no parecía terminar de ponerse. Siempre ahí asomando un gajito. Una débil aureola de luz al suroeste. Pero en la madrugada, a la hora en que el sol comienza el ascenso, apenas asomé la cabeza y sentí como si me hubieran descalabrado con un hielo. Enseguida hube de calarme un gorro y meter los dedos en los guantes.

El frío descendió rápidamente hasta llegar a un calor en el que un pantalón de mezclilla y una cazadora ligera eran más que suficientes, y la cera para los labios y el bloqueador solar, una necesidad. Desde hace unos años que permanecí un par de semanas en Río de Janeiro e Isla Grande, en Brasil, y no me había bronceado tanto. Es como el desierto y su climatología extrema, excepto que en el extremo opuesto del termómetro.

El calor que hacía en los días en que el sol permanece descubierto no me lo esperaba. Concluí que llevaba ropa de abrigo de más. Después de todo en la Antártida es la época de verano.Esa misma mañana, antes de regresar al Akademik, descendimos en la estación de investigación Vernadsky, de Ucrania.

Ahí el personal de la base, que no llegaba a la docena, destilaba su propio vodka. El olor era como de una buena botella de vino blanco mezclado con gasolina blanca. Tenían una mesa de billar, pero las bolas sólo eran reconocibles por su color, ya que se les habían borrado los números por el uso. Ninguno de ellos tenía apéndice.

Es un requisito de precaución para poder formar parte de un grupo de investigación en las bases. Cuando se le preguntó a uno de ellos, alto, calvo, con una tupida barba de hombre de campo que estaba detrás de la barra ofreciendo caballitos de degustación del vodka de la casa, que si cuál era la ciencia que practicaban en la Estación Vernadsky, éste respondió: la ciencia política. Y ciertamente, ese es uno de los principales motivos de las bases de distintos países que reclaman parte de ese antaño inhóspito territorio.

El trayecto continuó por las islas Pleneau, las bahías de Harbour, de Neko y Charlotte, así como el pasaje de Graham. Después proseguimos a las islas Shetland del Sur, los fuelles de Neptuno, la Isla de la Decepción y el puerto Foster.

Al final de este recorrido habíamos visto 27 especies de aves -entre estas 3 de pingüinos, 3 de albatros, 7 de petrel, entre otras-; y 8 de mamíferos: ballenas minke y jorobadas, elefantes marinos, leones de mar, y cuatro tipos de focas.

Y entre esta apología a la vida en estado primigenio -desde que en teoría terminó la cacería de ballenas, pero en la práctica más bien sólo disminuyó-, los icebergs flotando como nubes de todos tamaños, formas y colores: traslúcidos, blanquecinos, lechosos, negruzcos y azules, como buques encallados o los restos de los navíos de los cientos de marineros que intentaron pero no lograron atravesar el pasaje de Drake: la puerta a la Antártida.

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